miércoles, 26 de marzo de 2014

Pep, a tu manera


Mi tío, que duerme cada noche entre sabanas rojiblancas y bajo el retrato de Vicente Calderón, me explicó por primera vez lo que era el Bayern de Munich. "Cuando marcó Aragonés, estaban muertos. Ya la teníamos. Pero cuando ya se estaba acabando, un tiro se coló entre mil piernas y Reina no pudo hacer nada. En el desempate, nos pasaron por encima". "Estaban muertos". Fue la frase que se me quedó grabada, porque desde que tengo uso de razón, eso es, precisamente, lo que nunca les ocurre. Cuando el Bayern München y el Atlético de Madrid se enfrentaron en la final de la Copa de Europa de 1974, ambos peleaban por llevar a sus vitrinas, por primera vez, el mayor trofeo que un club de fútbol puede conseguir. El empate de Schwarzenbeck en el último minuto de la prórroga llevó, apenas un par de días después, a un partido de desempate. Duelo que los alemanes afrontaron como un regalo y los españoles como un suplicio, al haber visto como el sueño se desvanecía a apenas segundos del pitido final. Los bávaros ganaron 4-0, con dobletes de Hoeness y Müller, alzaron por primera vez la Copa de Europa y nació, desde Marqués de Vadillo hasta Lavapiés, una caricatura en forma de ogro muniqués. 

La supremacía del Bayern en la Copa de Europa se extendería tres años -ganaron las ediciones de 1974, 1975 y 1976- con Franz Beckenbauer a la cabeza. El fútbol alemán estaba en boga, y los éxitos de aquel juego arrollador y competitivo se extendieron a la selección nacional. Aún en plena Guerra Fría y con el Muro de Berlín dividiendo en dos el país, la parte occidental consiguió, también, mandar en la Copa del Mundo. Con Beckenbauer como jefe de las operaciones y un bloque en el que estaban Hoeness, Müller, Breitner, Overath, Maier, Vogts o Bonhof, Alemania Federal ganó por segunda vez el Mundial, en el año 74, frente a los Países Bajos de Johan Cruyff. La generación bávara tuvo, evidentemente, mucha parte de culpa, y se inició un ciclo de éxitos constantes que situaron definitivamente, al Bayern München, en el primer escalón del fútbol internacional. Hay que escuchar hablar a un atlético de más de 50 años para entender qué significó aquel partido. Y es necesario escucharles, porque es más fácil ponerse en el polo opuesto y tratar de entender cómo se debieron sentir los hinchas del Bayern en el Camp Nou en 1999, o en el Allianz Arena, con sus hogares a tiro de piedra, en 2012.


23 años habían pasado desde que Beckenbauer alzase al cielo de Hampden Park la tercera Copa de Europa, cuando en el Camp Nou de Barcelona quedaban apenas tres minutos para que Pierluigi Collina silbase tres veces, mientras que en Munich ya se hacía hueco y se limpiaba el polvo del estante más valioso de las vitrinas del club. Entonces llegaron los goles en el descuento más famosos de la historia del fútbol. Sheringham y Solksjaer cambiaron el signo del partido y mandaron a todos los jugadores del Bayern a la lona del Camp Nou. Kahn cayó desfallecido, Tarnat se sujetaba como podía en el palo, Salihamidzic hincó las rodillas en el césped y Sammy Kuffour pedía explicaciones al cielo. Esta vez no habría prórroga, ni como en el 74, partido de desempate, pero la esencia del Bayern significaba que no iban a tener que esperar otros 23 años para reponerse de un varapalo como ese.  Apenas dos años después derrotaron en la tanda de penaltis al Valencia de Héctor Cúper, y la nefasta noche de Barcelona quedó vengada. 

Entusiasmo, despliegue físico, espíritu de sacrificio, y una enorme calidad marcaban las directrices del Bayern München. Maravillosos equipos se habían ido formando en la historia del club, aunque al que estaba terminando de dar color Jupp Heynckes cuando Bayern y Chelsea saltaron al césped del Allianz Arena en mayo de 2012, era uno de los más potentes. Los bávaros eran locales y las casas de apuestas les situaban como favoritos. Los de Heynckes disputaron una gran final, que estaba ganada -el elemento épico es una constante en todos los triunfos y derrotas del club alemán- en el minuto 88. Fue entonces cuando Didier Drogba ganó una pelota en el primer palo y mandó un cabezazo a la escuadra ante el que nada pudo hacer Manuel Neuer. Los penaltis llevaron la Champions a Londres, y el Bayern vio como se esfumaba la posibilidad de hacer historia en el Allianz. "Con lo difícil que es llegar a una final de la Champions", charlaban los hinchas del Bayern que regresaban a sus casas en el transporte público. 12 meses después, celebraban en Wembley, a unas paradas de metro de Stamford Bridge, la victoria ante el Borussia Dortmund que les daba su quinta Copa de Europa. El bloque de Heynckes ganó el triplete, maravilló al mundo con su fútbol flexible, dinámico, vertical si la situación lo requería, y que te mataba en los extremos con Lahm-Robben y Alaba-Ribery. El Bayern estaba en la cima, y aunque ya a inicios de 2013 se sabía que Guardiola sería el próximo entrenador del club, la misma pregunta sonaba en un lado y en otro: ¿Y ahora qué?

Guardiola llegaba, por supuesto, con un estatus brutal dada su etapa en el Fútbol Club Barcelona, pero también lo hacía a un club con una idiosincrasia ganadora, que acababa la temporada habiendo ganado absolutamente todo, es decir, no tenía "nada que arreglar", y con unos hinchas que estaban plenamente identificados con el juego que practicaba su equipo. Desde luego, el mejor argumento para Pep era su plantilla -una de las más potentes del mundo-, por lo que el riesgo era pequeño, pero, por otro lado, cualquier comparación con el Bayern 12/13 solo podía dejarle en el mismo lugar, nunca por encima. Realmente, había más que perder, de lo que tenía por ganar. El Bayern es campeón de la Bundesliga el 26 de marzo, y si bien es cierto que el nivel general del campeonato ha dejado algo que desear -sobre todo, sus perseguidores; plaga de lesiones del Dortmund, irregularidad de Leverkusen y Schalke-, la realidad es que lo que parece estar haciendo Pep en Munich va más allá de ganar la liga antes o después. Incluso va más allá de una eliminación en Champions -algo que creo, puede acabar ocurriendo perfectamente, si no en cuartos, sí en semifinales-, y va más allá, por supuesto, de ganar o no otro triplete. 

Pep se ha sentado en el banquillo del Allianz Arena de la misma forma que hubiese agarrado el micro Frank Sinatra después de un concierto de Elvis, en el que hubiese una plaza arrasada y un montón de bragas mojadas. A su manera. Creo que Pep, de ser guitarrista, subiría a dar un concierto de flamenco después de Paco de Lucía, y sacaría del bolsillo su afinador para asegurarse de que cada cuerda está en su sitio. A su manera. Pep ha llegado al equipo que mejor jugaba en el mundo y, aún no sabemos cuánto crecerá su palmarés, pero desde luego sabemos que ha ganado la Bundesliga el 25 de marzo. Y sabemos que lo ha hecho a su manera. 

Pep Guardiola es patrimonio del fútbol.

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